Creo que nunca había pensado en todo el proceso de salir del armario hasta que lo tuve delante, como un plazo tácito que se cernía sobre mi cabeza. Lo curioso es que nadie lo esperaba excepto yo. Lo había convertido en un momento enorme y trascendental en mi mente, pero el mundo no tenía prisa por que lo dijera. Eso es lo que pasa con la salida del armario: parece que debería ser un acontecimiento culminante, y a veces lo es, pero la mayoría de las veces no es una fiesta ni un gran anuncio. Es una toma de conciencia silenciosa, más interna que otra cosa. La gente habla mucho de la presión de salir del armario, y sí, yo también la sentí. Es un peso extraño, como si cargaras con un secreto que se hace más pesado cuanto más tiempo lo guardas. Pero la verdad es que nadie te lo exige. No hay ningún reglamento que diga que tienes que salir del armario a cierta edad o contárselo a ciertas personas. Puedes decírselo a todo el mundo o a nadie, y ambas opciones son perfectamente válidas. Cuando salí del armario por primera vez, esperaba que todo cambiara. Pensaba que sería como cruzar una especie de umbral invisible en el que, de repente, todo cobraría sentido, en el que mi identidad …