No guardé nada de ti, ni fotos tuyas, ni regalos, nada que pudiera volver a hacerte daño. Borré incluso esa hermosa foto que celosamente guardaba para mí, la que solías usar en las aplicaciones de citas, donde definitivamente aparecías en tu mejor momento, la misma que borraste también de tus perfiles, porque se veía claramente tu rostro, tal vez para esconderte cuando aún entras a las aplicaciones, para buscar quién sabe qué, tal vez algo que en el fondo aún extrañas, pero que definitivamente ya no es asunto mío entender.
Asocié una canción a mi primer y último ex, y un día mientras conducía de vuelta a casa escuché por casualidad la que a partir de ahora se asociará a ti. Secretly, de Skunk Anansie realmente habla mucho de nosotros, de ese secretismo en el que ambos nos sentíamos más cómodos, de encontrarnos en la cama con alguien y querer algo más, en ese ‘You had to do someone else’ escucho toda la rabia de darme cuenta de que en realidad yo era un interludio para ti, una enseñanza, pero no alguien por quien parar.
Nos conocimos una oscura noche de finales de octubre, en un bar de la Valsugana, abierto las 24 horas del día, que servía unos tapas bastante asquerosos y utilizaba demasiado detergente para limpiar las mesas, lo que las dejaba fastidiosamente pegajosas. De aquel día recordaré tu altura y, sobre todo, tu amabilidad. Recordaré las anécdotas sobre tu ex, que después de cinco años era ya una relación de usar y tirar (así lo contabas tú, aunque tenías miedo de dejarla marchar).
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que decidieras que las cosas habían terminado, recuerdo el hecho de que yo no estaba particularmente feliz porque te percibía como un enigma, difícil de interpretar.
Entonces nuestro primer encuentro en mi cama lo barrió todo, toda contención, toda incertidumbre, cuando me vi reflejada en tus ojos sentí como si de repente hubiera encontrado un refugio seguro, y tus brazos se hubieran convertido en una especie de hogar para mí. Recuerdo que los dos nos decíamos «¡nunca he abrazado a nadie como a ti!» Había tanta hambre en esos abrazos y un fuerte deseo de afecto por ambas partes.
Se había creado una rutina malsana, no estaba seguro, y tú no dabas ninguna seguridad… te veía como una bala perdida a punto de explotar, como cualquier chico que decide experimentar el mundo de las citas gay por primera vez…. de hecho eres como un niño descubriendo un mundo nuevo, o más exactamente un adicto en sus primeras dosis, es difícil encontrar un equilibrio, sobre todo cuando tienes años de mentiras que superar, años enteros en los que has estado corriendo con los frenos puestos y no te has permitido ver y experimentar plenamente el mundo que te rodea.
Recuerdo que siempre me escribías a mí primero, buscándome… y yo disfrutando de esa atención y de ese embriagador sabor a novedad.
También recuerdo el primer día en que me di cuenta de que las cosas habían cambiado para mí, llevábamos quince días sin vernos y te eché de menos y empecé a buscar información sobre ti en Internet. Fue esa curiosidad oculta la que me hizo darme cuenta de que ya no me eras indiferente. Decidí que te lo contaría. Que volvería al juego después de 7 años desde mi primer y único amor (que no había sido más que dolor).
Nos pusimos en contacto para vernos el fin de semana… y todo el tiempo estuve pensando qué decirte, cómo decirte que quería arriesgarme a poner mi corazón en juego de nuevo.
Pasé todo el día antes de conocernos, recuerdo que era un viernes como otro cualquiera, entré en la aplicación donde habíamos tenido noticias el uno del otro por primera vez para borrar la cuenta y explicarte que estaba dispuesta a dar los pasos necesarios para que nuestra relación empezara con buen pie. Visité tu perfil por última vez y lo que leí me dejó impactada.
Esa desagradable sensación en la boca del estómago, esa mezcla de consternación, decepción y traición me dejó petrificada mientras leía una «reseña» de un encuentro que habías tenido la semana anterior. Habías estado en casa de un hombre para que te la chupara de pasada. Esto me dejó profundamente perturbada… pero decidí no hacer caso a ese sentimiento. Me dije que tenía suficiente experiencia para dejarlo pasar, que era evidente que estabas explorando el mundo que te rodeaba. Decidí que tarde o temprano me verías como la compañera ideal y fingí que las cosas podían seguir así. Hoy sé que ese fue mi mayor error. No haber dicho nada, no haber preguntado nada, haber dejado que las cosas siguieran su curso, tal vez porque en aquel año difícil, lleno de estrés y de los primeros ataques de pánico que había sufrido en mi vida, hasta un trozo del sol que representabas para mí estaba bien.
Pasaron las vacaciones de verano, volví y habías desaparecido… Decidí esperar. Después de un mes de silencio te escribí…estabas enfermo pero no me decías por qué. Sentí que algo iba mal, pero estaba en abstinencia, de ti. Nos reencontramos en mi casa y mientras bebíamos en compañía la habitual cerveza acompañada de los habituales pasteles de arroz, me enteré de lo que te había pasado.
Te habías enamorado de un joven empresario, casado con una mujer desde hacía dos años, que por razones obvias pasaba demasiado tiempo en aplicaciones gay y que por razones obvias no podía corresponder a tu sentimiento.
Todos pasamos por ello tarde o temprano, son errores en un sistema que tiene que ver con el autoconocimiento, la valentía de ser uno mismo, la cultura de un mundo demasiado equivocado y las elecciones personales. Son cañones sueltos que si no tienes la suficiente experiencia sólo te harán daño, porque tienen las ideas poco claras, buscan escapar de una cárcel construida por ellos mismos y la sociedad en la que viven, y cuando salen tienen pocas certezas y muchas ganas de escapar.
Para mí allí se acabó, estaba bebiendo demasiada cerveza amarga y era consciente de ello. Se suponía que iba a ser un encuentro de despedida… en lugar de eso, para animarte, empecé a hacer bromas sobre el ambiente que se puede crear en el dormitorio y entre unas cosas y otras acabamos de nuevo en mi cama contigo abrazándome y abrazándome fuerte. Ahí, en ese preciso momento, me di cuenta de que me habían engañado por completo.
Pasaron unos cuatro meses, estabas dejando atrás el asunto tóxico en el que te habías metido, y yo seguía con la esperanza de que permaneciendo cerca de ti por fin me verías. Empecé a hacerme preguntas sobre lo que me gustaba de ti, aparte de tu aspecto físico, claro… y me di cuenta de que tu carácter me recordaba terriblemente al de mi padre, tan amable pero tan indeciso e inconstante. A estas alturas te habías convertido tanto en parte de mi rutina que ni siquiera en los momentos de autoerotismo dejaba de estar sola, pensaba en ti incluso en esos momentos… realmente lo esperaba.
Por fin habías dejado atrás la aventura anterior, había un equilibrio precario, pensé, sin embargo, que las cosas se arreglarían, poniendo un poco más de paciencia en ello, dejándome llevar, confiando en la sensación positiva que sentía. Te invité al cine una tarde de marzo de este año. Antes de que empezara la película me enteré de que te habías vuelto a enamorar, esta vez de un chico de tu edad, esta vez de verdad, esta vez de alguien que te quería de verdad.
Decidí sonreír y desearte lo mejor. No podías verme, no podías ver mis intenciones, no podías sentir mi amor por ti. Sólo había una cosa que hacer, dejarte ir.
Lloré por primera vez por ti mientras volvía a casa, vi el bar donde nos habíamos conocido y me resigné a haberte perdido.
El 7 de mayo recibí un mensaje tuyo, como si no hubiera pasado nada, no te hubieras dado cuenta de nada, seguiste adelante, sabiendo que yo estaba allí de todas formas. Fue en ese momento cuando, incapaz de seguir con ese teatrillo que sólo me hacía daño, te escribí que yo también te quería, que te había esperado, y que tenía que marcharme.
Acepté el dolor de la derrota, y decidí no huir más de aquella tormenta que se me había venido encima. Me di cuenta de que era el momento de afrontarlo y dejar de intentar comprender.
Han pasado meses desde aquel momento, las lágrimas han dado paso a las sonrisas de los que siempre han estado a mi lado, el verano ha calentado mi corazón que se había encerrado en un frío invierno, y debo decir que por fin empiezo a sentir que vuelvo a ser yo misma. He recuperado la confianza en mí misma, a pesar de que durante mucho tiempo me había sentido inadecuada, «no lo bastante», devaluada. Siempre elegía otra cosa.
Dejé de preguntarme por qué te encuentro conectado todos los días en ciertas aplicaciones de citas, o cuál es la razón de lo que pasó, lo único que sé es que no me viste, tres veces, mientras yo estaba ahí esperándote. Dejé de esperar y acepté que tal vez no te gustaba lo suficiente, había lugares que quería mostrarte y muchas otras cosas que quería decirte. Me las guardaré para mí, a la espera de que llegue alguien que quiera escuchar esas historias y que, en ese gran, pequeño, mar de gente que cruza nuestras vidas, me elija a mí.